Conspiracionistas y timadores. El triunfo de la idiotez y de la sinrazón.

¿Hay que debatir con ellos o no? ¿Darles voz para dejarlos en evidencia es un error?

Nos llevamos las manos a la cabeza con los terraplanistas (por ejemplo), como si sacar pecho de la ignorancia fuera nuevo… y a ver, algunos egipcios creían que el sol navegaba todo el día en un bote alrededor de Egipto y que un cerdo se comía la luna cada dos semanas. Sí, nos dieron maravillas, pero Imhotep el Sabio tuvo la genial idea de ocultar el cuerpo real y su tesoro en un monumento tan llamativo que los saqueadores de tumbas no lo podían ignorar. Los faraones, pese a que las pirámides eran asaltadas, tardaron sus siglos en darse cuenta de lo inconveniente de “ocultar” las cosas así, a la vista de todos. No se podía saber.

La historia nos enseña la cantidad de decisiones estúpidas que hemos tomado como especie, Alejandro Magno pensó que era buena idea crucificar a su médico por no conseguir curar a Hefestión, así que al año siguiente murió él por las mismas fiebres —la bebida dudo que le ayudara a tener buena salud— y no cumplió los treinta y tres años.

Un caso que siempre me ha parecido curioso es el de Aníbal con los elefantes, estaba obsesionado con ellos y con su poder de aniquilación y nada le hacía razonar. Los quería para pisotear romanos, pero con una frecuencia que nunca quiso reconocer se precipitaban hacia atrás y mataban cartaginenses. Nunca pudieron convencerle de que los paquidermos no eran una buena arma de guerra, como no puedes convencer a un conspiranoico.

Los cartaginenses, al contrario que los romanos, no tuvieron nunca grandes ideales, su objetivo vital era disfrutar de la vida. Los romanos, más serios, perseguían trascender. Ya sabemos como acabó la historia a largo plazo. Tampoco había bando correcto, el imperialismo nunca trajo nada bueno.

Uno de los mayores estafadores fue Atila el huno, rey del marketing. No tenía nada realmente, ni fuerza ni inteligencia, pero hacía creer que sí y su horrible rostro le ayudaba a imponerse al resto. Teodosio II se creyó todos los rumores y le pagaba para que no se acercara a Constantinopla. La primera vez que Atila y él se vieron duplicó el tributo sin mediar palabra, y un tiempo después la cifra se triplicó y le suplicó, dándole un extra, que no volviera nunca. El rey de los hunos vivía de su imagen, el timo de los influencers tampoco es nuevo. La vida de Atila enseña que de tu fachada puedes sobrevivir durante un tiempo, pero no para siempre.

Los reyes —acabo de ver Su majestad, una serie brillante en guion y fotografía—, ya inventaron eso de sancionar al resto para tener razón, evitar tener que rectificar y quedar por encima. Algo que Elon Musk a perfeccionado con su algoritmo. A Felipe II, guarro por naturaleza, le dio por multar a los moriscos o moros conversos que se bañaran más de una vez en treinta días (la segunda era más cara y la tercera acarreaba destierro), ya que le dejarían a él como poco limpio (y no se llevaba bien con el agua y el jabón). Isabel la Católica se jactaba de haberse bañado únicamente dos veces en su vida.

El universo monárquico tiene tantas cuerdas de las que tirar… a veces, para ocultar sus adulterios, sacan parecidos imposibles de los hijos con los supuestos padres, como si ser ambos bobos demostrara algo. Pero el poder, en general, lo único que ha hecho es refinar sus métodos: Federico el Grande solucionaba el paro buscando a personas desempleadas y golpeándoles con una caña de bambú. No sé cómo le iría en las encuestas del CIS hoy.

Hoy, igual que han invitado a Javi Poves a varios medios de comunicación, no tendrían problema en llamar a Guillermo el Conquistador, como duque de Normandía, cuando decretó la Tregua de Dios, una idea de Jaimito que prohibía la violencia los lunes, martes, jueves y viernes. Se las apañarían para justificarla los miércoles y fines de semana en prime time.

Aristóteles ya dijo que tocar la flauta es malo para la moral de la gente. Nunca les daría un altavoz. Imaginad que más vecinos quisieran empezar y ensayar a lo largo del día al ver a un flautista en espacios públicos. El compositor Luigi Cherubini lo corroboró: “solo hay una cosa peor que una flauta: dos flautas”

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Soy Álvaro

El 5 de julio de 1954, mi abuelo inauguraba el ‘Liceo Coll’ en Quart de Poblet. El título de esta web pretende homenajearlo.
Después de muchos años enfocándome principalmente en el deporte olímpico, quiero volver a escribir sobre todo aquello que se me pasa por la cabeza: noticias, cine, literatura, deporte, videojuegos…