Veranos inocentes

Las cuatro esquinas III.

Ni cambio de milenio ni leches. El verano del año 2000 el mundo parecía que se iba a acabar por culpa de unos italianos. El subcampeón olímpico de 1996, el delantero que nos había regalado grandes tardes y noches, se marchaba a la Lazio. ¿Qué vamos a hacer sin el Piojo López? Le preguntaba a mi amigo Javi en la piscina. Lo recuerdo como si fuera ayer. Hacía mucho calor y estábamos sentados en el bordillo.

Fueron semanas de zozobra, pues era el mayor de mis problemas, no sabía que en ocho años iba a perder a mi madre ni a qué me iba a dedicar profesionalmente. Qué buenos años y veranos. Claudio era sinónimo de velocidad. Y dejó en Valencia cuatro años de cabalgadas, goles y sonrisas. Y aún hoy, cuando más lo necesita el equipo, coge un avión desde Argentina, México o Marte para estar en el palco de Mestalla animando. La ciudad lo quiere y él lo sabe.

¿Cuántos amigos tenemos que sean capaces de estas cosas? Mi padre decía que se pueden contar con los dedos de una mano y que sobran dedos. Un tipo agradecido con la afición y con quien le dio mucho más que un sueldo. Igual un poco de razón llevaba en mi disgusto por el adiós del delantero de Río Tercero.

El argentino coincidió fugazmente con Romario, el Piojo se tropezaba todavía con el balón y el brasileño se iba de fiesta y te lo podías encontrar en las playas de Cullera o Gandía entre copas y haciéndose toques con cualquiera que se le acercara. En un Trofeo Naranja quiso hacer gala de su calidad, ya venida a menos, y se lesionó en un intento de chilena, llevándose las manos a la ingle. A dos niñatos como Javi y yo nos hizo mucha gracia que tapara su entrepierna entre muecas de dolor. Nuestra absurda imaginación inventó una lesión sin fundamento alguno que le impedía engendrar descendencia. Nos costó una mirada furibunda de mi progenitor.

¿Deforma más la realidad un adulto o un niño? Al final la presencia de Romario fue un chiste, aunque para Luis Aragonés sin gracia, y el jovencito López acabó convirtiéndose en leyenda. Ruud Hesp todavía tiene pesadillas con él, se dice que a sus hijos no les dice aquello de “que viene el Coco”, más bien los amenaza con una escapada del exjugador de la albiceleste.

Esa lesión del brasileño fue clave para cambiar la historia. Ese verano iban a salir Gaizka Mendieta y el argentino traspasados. Sí, estuvo a punto de pasar. Pero el Athletic afortunadamente para nosotros acabó fichando a Roberto Ríos por un barbaridad de dinero y Claudio tuvo que suplir al lesionado, no sabíamos que gracias a esa chilena iba a nacer una estrella, y se frenó su venta. López era un apellido demasiado sencillo para Paco Roig y sus Carioca y Saïb, y no contaba en los planes del filósofo Valdano, que prefería un fútbol técnico que lo llevó a su pronta destitución al no obtener buenos resultados. La excelente pluma y el gran verbo de Jorge no supusieron practicar un buen fútbol. Duró pocas jornadas.

Como Kempes, Claudio Javier López fue un incomprendido en sus inicios, Karpin, Vlaovic y Romario le habían dejado en un segundo plano y para colmo no había destacado en su debut. ¡Cómo es la vida! Sobrevivió a las ínfulas de unos y otros, destapó la Piojomanía, consiguió que toda Mestalla le cantara el “quédate” y desde las sombras (sin YouTube pocas pistas teníamos de él) consiguió el brazalete de capitán, levantar un título clave en la historia reciente y convertirse en el mesías ché.

Con la corbata en la cabeza y la camiseta por fuera dio una lección de constancia. Mientras tahúres y charlatanes manejaban a las masas con discursos vacíos y grandilocuentes, mientras se lloraba la pérdida de Pedja Mijatovic, él trabajó y se ganó el cariño y respeto de unos y otros. Niños incluidos, que son los más difíciles de convencer cuando no hay artificios ni marketing de por medio. Desde ‘Gol Xicotet’ vi su lanzamiento de falta raso que se tragó Bodo Illger en las semifinales de la Copa del Rey de 1999, el primero de los seis goles al Real Madrid. Y desde la ‘Grada de la Mar’ como anotaba el cuarto tanto ante el Fútbol Club Barcelona en la ida de las semifinales de la Champions League del 2000. Esas butacas nos han visto crecer física y psicológicamente y han sido testigo de todo tipo de lágrimas. Ese césped ha forjado leyendas propias. Al terminar los partidos, si te quedas un rato más, si esperas a que todo se quede en silencio: puedes oír los cánticos del pasado. Mestalla guarda las voces de sus aficionados. Tiene memoria.

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Soy Álvaro

El 5 de julio de 1954, mi abuelo inauguraba el ‘Liceo Coll’ en Quart de Poblet. El título de esta web pretende homenajearlo.
Después de muchos años enfocándome principalmente en el deporte olímpico, quiero volver a escribir sobre todo aquello que se me pasa por la cabeza: noticias, cine, literatura, deporte, videojuegos…