Boomers queriendo modernizarse sin vaselina.
Hace unos días, desde el podcast de La Derrota Útil, abordamos todos los cambios que modificarán el programa olímpico en los JJOO de Los Ángeles 2028. Siguen recortando y matando deportes y modalidades largas (o que entienden como tal) e incorparan más disciplinas mixtas.
Hace unos años —más de los que me gustaría— expliqué para alumnos de Comunicación la importancia de manejar y entender los códigos de consumo de cada momento y de tener el control de los tiempos y del contenido del mensaje. Analicé para ello tanto el documental de Griezmann (La decisión) sobre su permanencia final en el Atlético de Madrid, como la elección de El Terrat y de Jordi Évole por parte de Lionel Messi para hablar de su futuro.
Renovarse. Comprender los nuevos hábitos. Evitar que lo cuenten por ti y modifiquen tu guion y tu hoja de ruta. Ser consciente de hacia dónde va el mundo. El COI, aunque sigue anquilosado en la gestión de sus derechos audiovisuales y censura posibles obras derivadas que fomentarían aumentar su flujo de ingresos y aficionados, intenta este reciclaje dando entre palos de ciego con algunas claves.
Es complicado encontrar el equilibrio para, en la búsqueda de nuevas audiencias, no perder a tu target actual. Todo un éxito las incorporaciones del básket 3×3 o de la escalada. Buena cintura con las polémicas categorías mixtas, pues, entre otras cosas, permiten no aumentar e incluso disminuir a veces el número total de deportistas clasificados y no convertirse en un macroevento todavía más insostenible. Y, aunque tenemos que ver todavía cómo será la primera edición propia, la llegada de los eSports era inevitable. Las quejas del público tradicional son legítimas, pero tendrá que acostumbrarse o apagar. Las cosas cambian, siempre lo hacen. Discutir sobre lo que significa “deporte” según el diccionario es tan cíclico como absurdo.
¿Hasta dónde? Esa es la pregunta. El fútbol también juega y sueña con experimentos que le aporten mayor rendimiento económico. Superligas a un lado, los mundiales suelen ser el momento clave para probar cosas nuevas. El de USA’94 cambió el balompié. Lo hablamos en el canal con Albert Valor. Los que odiamos el fútbol moderno, sabemos que marcó un antes y un después.
Hemos escuchado auténticas locuras. Mucho se debate sobre si continuamos teniendo la capacidad de atención para permanecer noventa minutos ante un partido. La guerra (teórica y creativa) por retener nuestra curiosidad es fascinante. Por el camino, como siempre, generación tras generación, los jóvenes reciben las críticas más feroces. Porque cuando algo no se entiende, lo primero es atacarlo. Luego ya, si eso, intentamos estudiarlo y asimilarlo. Quien antes se adapta se lleva el gato al agua. El mero interés económico provoca algunas aclimataciones, las primeras normalmente bruscas. Que se lo digan a Loulogio (Isaac) o a Ibai Llanos y aquellas probaturas forzadas en televisión.
La realidad es que los formatos largos siguen funcionando, no hace falta reducir hasta los cinco metros las carreras. Es la retransmisión la que debe ajustarse a la realidad, dinamizarse. Con las formas de narrar, con grafismos o, como el pentatlón moderno —disminución de tiempos a un lado—, encajando en un circuito más comprensible y manejable.
No saturar de encuentros del siglo y de momentos virales facilones y hacer atractivo tu producto acercándolo al público. Más voluntad y pedagogía y menos prisas. Con Albert recodaba los partidos de Nigeria, Suecia o Rumanía de 1994, aquella selección irlandesa tan potente… el problema no son los minutos que duren, es no maltratar, cuando no matar, un deporte —como la marcha en atletismo— en favor de unos pocos. ¿Dónde están aquellos equipos, esos cracks sorpresa? Una cosa es reciclarse y otra sufrir un arrebato compulsivo de limpieza que te haga tirar todo, historia incluida. Los recuerdos se forjan, no se implantan.








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