Una autobiografía imperdible
Después de esperar al día adecuado, respiré hondo y abrí el libro que recopila los seis volúmenes que recogen las historias de Paracuellos. No podía empezar un día cualquiera. Paracuellos, aunque te hace querer seguir sabiendo de los niños que lo protagonizan cuando lo cierras, necesita ser leído con ánimo y en un día de fortaleza emocional: porque a poco sensible que seas, impacta.
La crueldad de la posguerra, la tristeza de las historias… parece que cerrar el libro sea darles la espalda a esos pequeños; desamparados irónicamente en un Auxilio Social. Leer sus batallitas es como acogerles en un rincón seguro, lejos de su instructor y de sus profesoras. Aun así de vez en cuando sonreía leyendo, tan solo unas inocentes criaturas como ellos podían mantener la esperanza y llegar incluso a tener momentos de felicidad. Con un simple clavo se montaban sus propias películas en el patio de recreo. Y es que cualquiera se aferraría a un clavo ardiendo, a la mínima ilusión de escapar de aquel centro falangista que hacía sufrir a los pobres niños que no tenían donde vivir y/o comer. Sin embargo, ellos no renunciaban a sus sueños, podemos ver en las historietas de Carlos Giménez esperanza y esfuerzos por conseguir sus propósitos y objetivos. Aún cuando los mayores insistían en destrozarles toda ilusión: ellos se volvían a levantar. Algunos pensarán que no tenían otra salida más que seguir adelante, pero sí la tenían. Mas la represión solo les hacía más fuertes para aguantar. Como aguantaba el país.

Todas las viñetas están dibujadas en el hogar, no vemos nada del exterior. Cuando Adolfito logre irse con su hermano, no sabremos nada de él. Nada. La sensación de agobio, de enclaustramiento, es notable. Como descorazonador es que el único protagonista que consiga marcharse, acabe volviendo…
Con esto Giménez logra reflejar muy bien el periodo autárquico del país. Si la nación está cerrada al exterior, el centro de los niños también. Si funciona mediante sobornos e intereses de los que mandan, el que permite que las visitas lleven comida también. Si la religión es transversal en el funcionamiento de la dictadura, allí dentro no será menos. Hasta habrá un chivato entre ellos que permita a los gerentes del lugar censurar con mayor efectividad todo pensamiento y acto que se desvíe de sus lecciones de vida española y cristiana.
Es indignante el trato y la violencia empleada con los niños. Se suele decir que la psicológica es peor —y lo es— pero en este caso las descomunales palizas que reciben igualan mucho la balanza. Que “la letra con sangre entra” es algo que estos infantes saben muy bien. En la dictadura del Auxilio Social también vemos desde el embarazado no deseado al abuso de menores. Aunque Giménez muestra casi todo con mucha claridad y sin paños calientes, otros asuntos los lleva con mayor sutileza: pero la crítica está presente en muchos ámbitos.
La cruda realidad de las familias y de los niños, cuyo aburrimiento llega a hacer que jueguen a pegarse. Cada uno con sus problemas y sus status dentro del hogar social, unos que sueñan con ser escritores y otros con amasar una fortuna de mendrugos de pan a base de no comer durante unos días. Pero a todos los veremos de cerca, y en todos los sentidos. Giménez opta por primeros planos y planos medios, centrándose más en los rostros que en el paisaje. Las caras las veremos bien definidas para reflejar sus penas y dolores, para identificar a cada uno de ellos (desde Peribáñez a ‘Cagapoco’), mientras que el entorno estará dibujado con gran simpleza. Como la España franquista, un lugar desdibujado y sin pintar en el mapa del mundo.

‘Cagapoco’ no será el único mote, viendo la dureza con la que son tratados no es de extrañar que unos críos abusen de otros y los más fuertes golpeen e insulten a otros. En Paracuellos vemos cosas grotescas, vejaciones y humillaciones. Podemos ver lo bajo que puede llegar a car el ser humano cuando tiene hambre o sed y la furia del esmirriado que ya no tiene nada que perder. Es desolador ver a un miembro de la iglesia castigar a un niño como si fuera un criminal con total naturalidad, pero la realidad supera a la ficción y Paracuellos también sirve como documentación histórica y como archivo de los villanos que habitan en nuestro mundo.
Como decía, los muros carcelarios taparán nuestra visión del exterior. Algunas voces si podremos leer en conversaciones con el exterior, como la viñeta en la que los protagonistas hablarán, gracias a una tubería, con los niños de fuera. Solo el ingenio les podrá dar momentáneamente la sensación de libertad y de poder gracias a los chanchullos que realizan para obtener dinero, comida o cómics. Uno de tantos intercambios que realizan son con estos muchachos que están al otro lado. Pero algunos serán timados hasta por niños “libres”.
Y ante el infortunio de ser robado: el arte de dar pena. En los días de visita los desdichados que no tienen familia pasearán, con sus mejores actuaciones lastimeras, ante madres ajenas en busca de caridad cristiana. “A ver que cae”. Y es que vivir en la miseria despierta la astucia y las argucias en los niños. La chaqueta de las visitas será otra de las múltiples fachadas del mundo implacable y tenebroso que esconde el Hogar de Auxilio Social de puertas para dentro.
Si Paracuellos le resulta a alguien repetitivo, imaginen a los niños. Azote, rezo, azote, instrucción, azote, rezo, azote, comida, siesta, azote, instrucción, azote, rezo, azote, comida, rezo y dormir. El pan nuestro de cada día. Su rutina de supervivencia en la que comercian hasta con sus vidas: “te pertenezco durante un día si me das tu pedazo de pan”. Lógico que se instale la apatía, las envidias y el pesimismo en su día a día. Cansados de Rosarios y Ave marías, para los niños cualquier tipo de novedad era la alegría del día.
Las páginas nos muestran la aberrante alienación del rancio nacionalcatolicismo, motivo por el cual es un imprescindible en la estantería. Leída hoy, con perspectiva, ayuda a entender nuestro pasado. Las familias afectadas no veían lo que sucedía en su día y las víctimas no sabían nada del futuro del país. Paracuellos sigue teniendo vigencia, la memoria histórica sigue dando vueltas en la política española y la obra ahí tiene mucho que decir. Los personajes del tebeo son el recurso, el vehículo perfecto para contarnos lo que pasaba allí dentro. España todavía sufre las consecuencias de la dictadura y los niños que estuvieron en los Hogares de Auxilio Social también.








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