Esos futbolistas infravalorados
Durante una época muy remota mi asiento en Mestalla (no era mío realmente), me colocaba justo detrás del entrenador rival. El entrenador con el que más discutí fue Javier Aguirre, genio y figura. Siempre recordaré el día en que antes de empezar un partido me miró y me soltó “¿hoy vamos a tener la fiesta en paz?”. Le respondí, sonriendo, que dependía de él.
Pero tengo un día de 2006 grabado a fuego desde esa butaca. Una noche de noviembre el Olympiakos visitaba el feudo valencianista, partido de Champions League. Con el partido ya encarrilado (Angulo y Morientes anotaron nada más arrancar la segunda parte), Miguel Ángel Angulo, a quince minutos del final, corrió ante mi atónita mirada toda la banda derecha —de cabo a rabo— a una velocidad endiablada y sin venir a cuento, para colocarse en posición defensiva y levantar del suelo a Rivaldo. Milagrosamente no fue amonestado. Quique Sánchez Flores procedió a sustituirle. Estaba alejadísimo de una jugada que no iba con él y el encuentro estaba sentenciado, pero el asturiano, en València desde los dieciocho años, era así. Acababa todos los partidos sin aliento. Lo daba todo. Era de los que dignificaban la profesión de futbolista.
Todavía a día de hoy el de Oviedo es uno de mis jugadores favoritos de todos los que he visto jugar. Polivalente —jugó de todo menos de portero—, trabajador y generoso, contagiaba al resto su garra. Jugador de equipo, daba y marcaba goles (alcanzó los ochenta goles y las cincuenta asistencias), nunca se escondía en los partidos grandes, la pedía y se atrevía pese a no destacar por tener demasiados recursos técnicos con la pelota. Suplía sus carencias con un gran sentido táctico y una inteligencia superior a la media. Tanto en defensa como en ataque. Un tipo honrado, tan honrado que el día que llegó a Londres para firmar por el Arsenal se echó para atrás, renunció a un sueldo millonario tras pensarlo bien, y volvió a tiempo de vestirse y seguir inscrito con el club de su vida.
La relación de amor con el conjunto ché fue tal que, obviando las primeras cesiones, solo jugó en otro equipo más tras llegar desde el filial del Sporting (jugaba en la extinta Segunda B) a mediados de los 90. Curiosamente fue en otro Sporting, el de Lisboa, pero duró cuatro jornadas, no disputó la quinta. Echaba tanto de menos la terreta que colgó las botas y volvió a casa para convertirse en entrenador de las categorías inferiores.
Su compromiso —rechazó muchas más ofertas— podría ser la respuesta a por qué me ha gustado siempre tanto Angulo. Pero va más allá. El día que el locutor de 2Ruedas Radio se marchó, Rafa Lupión me dijo que heredaba su puesto de presentador. Yo. Que sigo sin saber nada del mundo del motor. Que me da lo justo para diferenciar una moto de un camión. Como buen adulto, ese día me tapé en la cama durante horas. A ver si por arte de magia me llovían los conocimientos necesarios o mejor, el programa se hacía solo o con un fichaje estrella sorpresa de la radio que me reemplazaba antes incluso de debutar. Spoiler: no pasó. Menos mal que tuve conmigo de comentarista y colaborador a toda una institución en esto de las ruedas. Emilio Zamora de Ducati Stunt me salvó el culo más de una vez. Admiro a los valientes que van a todas sin guion.
Y más aun al que corre y no se deja nada dentro. La curiosidad, junto a mis inquietudes y pasiones, me han rescatado continuamente, pues son lo que me mueven pese a que haya sido consumidor de El rincón del vago (mentira) y pese a que podía ir a por notables pero me conformaba con un bien; con estar por encima del suficiente me valía. Autocrítico perezoso. Ese perfeccionista remolón. Un oxímoron que me define. Ese que se esfuerza en organizarlo todo minuciosamente para poder aplicar después la ley del mínimo esfuerzo. Jugaba de mediapunta y daba pases milimétricos por dos motivos: evitarme tener que correr con el balón y poder esperar a que me llegaran los balones que ya recuperaban otros. Si la ponía donde ellos querían no protestaban que no me replegara. Así que mi técnica no era más que otro truco de un bigardo. Marqué muchos goles de fuera del área para no tener que regatear en exceso. Hubiera odiado entrenarme. Compadezco a mis entrenadores. Principalmente a Sanz, que me hizo hasta de psicólogo. Le frustraba que no confiara más en mis capacidades y no intentara hacer más cosas con el balón.
Por no tener que ir a por un balón al otro lado del patio, aplastaba una lata de fanta o coca-cola de un golpe seco y preciso para que quedaran los anillos superior e inferior pegados en paralelo. Era tan adán que con eso jugábamos en el recreo a fútbol muchas veces. ¿Cómo no iba a ser mi ídolo una persona como Miguel Ángel Angulo Valderrey? Ha sido un referente para mejorar en lo personal y en lo profesional. Con once Angulos no necesitas a un Maradona.

¿Qué quieres ser de mayor? No tardé en tenerlo claro: como jubilado ya era una utopía, quería ser como Angulo. Creo que hoy estoy un poquito más cerca de serlo.








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