El crimen de los reels.

Una fábrica de cuñaos. El efecto Dunning-Kruger.

Te salta un vídeo corto en cualquier plataforma. Es alguien hablando en un tono antinatural, con una cadencia muy concreta que te suena aunque sea la primera vez que le ves la cara y con una rapidez tal que solo puedes quedarte con los conceptos clave que remarca con especial interés con subtítulos.

Ha sido breve, ¿todo lo que tenía que decir al respecto era eso y se ha grabado exclusivamente para contarlo? ¿O era una extracto de una intervención más larga? En ese caso, ¿sólo ha dicho eso y de esa manera? ¿Y ese tono? ¿Quién es esa persona? ¿Dónde estaba? Si estaba invitado, ¿en calidad de qué?

Tenemos tan asumido el montaje audiovisual en los países desarrollados que hemos perdido la noción de la edición. Esta vorágine de vídeos son resúmenes que están naturalizando determinadas velocidades e intensidades del habla y la omisión de posibles interacciones. No dan pie a debate, y eso nos está desarmando el pensamiento crítico. Favorecen la repetición de speachs, la memorización de argumentos sin réplica y, sin noción activa de montaje, nos hace más vulnerables al bulo, a consumir algo manipulado entre reel y reel y no detectarlo.

Si nos preguntan de qué iba lo que acabamos de ver, relatamos secuencialmente —o al menos lo intentamos— lo que hemos visto en lugar de extraer el tema o el conflicto que abordaba. Porque para sintetizar hay que comprender primero. Leer entre líneas.

El contexto, que realmente es lo más importante para tener una sociedad sana y cabal, cada vez importa menos con la cantidad de inputs que recibimos al día. Y obviarlo forma parte de muchas estrategias políticas de marketing. En menos tiempo, más mascado, más impostado. Píldoras que te ahorran entrenar la mente, que evitan que te aburras y que ahorran horas de análisis sesudos. Detrás de un reel, un short o un vídeo de TikTok se pueden esconder las carencias periodísticas o científicas y parecer un experto en cualquier cosa. Y prostituye a grandes maestros teniendo que condensar horas de trabajo en unos pocos segundos.

Además el consumidor de Redes Sociales puede sufrir así el efecto Dunning-Kruger, pues lo alimenta este tipo de contenido. Un sesgo cognitivo en el que las personas con poco conocimiento en un área sobreestiman su competencia en ella. Lo que entendemos como un cuñao. Cree que con esos dos minutos que ha visto sabe muchísimo de un tema. Lo cual polariza y paradójicamente adormece.

No es pretender luchar contra un época: adaptarse o morir, dicen. Pero hay que hacer un alto. En la película: El viento se llevó lo que de Agresti, el cine de un pueblo recibe los rollos de los films mezclados y ven las películas en un orden diferente al lógico, desordenadas. Esto acaba haciendo que los habitantes actúen así en su vida cotidiana, los altera y condiciona su conducta al normalizar muchos hechos de las cintas. Consecuencias.

Cartel de El viento se llevó lo que. Película de Alejandro Agresti.

Las consecuencias de pensar las cosas con esta dinámica de reels son peligrosas, no solo asesinan el contexto, están asesinando el orden natural de las cosas. No tenemos que comunicarnos deprisa, ni condensar la información, ni eliminar los matices. El placer de contar las cosas, hasta las más anecdóticas y triviales, no debemos suprimirlo. Hay que rescatar el contexto para seguir ejercitando el cerebro y evitar creernos cualquier cosa de cualquier vídeo o tweet del creador de contenidos de turno. Parar, e incluso aburrirse, es luchar contra esto.

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Soy Álvaro

El 5 de julio de 1954, mi abuelo inauguraba el ‘Liceo Coll’ en Quart de Poblet. El título de esta web pretende homenajearlo.
Después de muchos años enfocándome principalmente en el deporte olímpico, quiero volver a escribir sobre todo aquello que se me pasa por la cabeza: noticias, cine, literatura, deporte, videojuegos…