El extranjero

La colonia de mi amigo Dani y lo absurdo de la existencia

Hace pocos días terminé el El extranjero de Albert Camus. Un libro brevísimo que había cometido el sacrilegio de no haber leído todavía. Escrito de forma muy sencilla pero cargado de intenciones que hay que leer entrelíneas. Tan complejo como cada uno quiera que sea.

El protagonista es víctima de su propia historia y podríamos definirlo como antihéroe. Así lo creo porque, sin emplear nunca el término, es un personaje al que la alexitimia le define. Eso es la dificultad para identificar, describir y expresar las propias emociones. Las siente, pero tiene problemas para reconocerlas y comunicarlas verbalmente. Las suyas y las de los demás. Esto, unido al incidente que detona la trama, será el gran motor de la novela.

Hoy en día conocemos multitud de personajes que exploran esto: Desde Sheldon Cooper a Mr.Bean, pasando por Sam Gardner en Atípico, Shaun Murphy en The Good Doctor o Temperance Brennan en Bones. Pero la obra, publicada en 1942, va más allá y en poquísimas páginas arma y reflexiona sobre toda una filosofía basada en el existencialismo.

Meursault es el protagonista, aunque es fácil acabar el libro y no recordar si realmente se llega a decir su nombre, si conocemos cómo le llamó su difunta madre. Vive en la apatía constante, en una pasividad tal que llega a trasladarnos hasta qué punto hemos aceptado determinadas normas sociales sin más. No se sobresalta por absolutamente nada, ni tampoco nada le estimula. Se limita a vivir y puede llegar a exasperar su “resignación”, la manera en la que él pasa por el mundo sin que el mundo pase por él. Una crítica que sigue de actualidad, pues Camus busca provocar. Desliza que la sociedad cada vez está más instalada en esa frialdad que la adormece ante las injusticias, que la hace perder alicientes y valores.

Pero lo que quiero resaltar de esta lectura, a la que seguro que volveré en algún momento, es el viaje a través del absurdo y la indiferencia. Porque tiene un punto de partida. Camus habla del choque entre el deseo del ser humano de encontrarle sentido a la vida y la inexistencia de un significado real de nuestro paso por la misma.

«Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé» es la frase inicial, ese es el inicio para ir entendiendo el absurdo en el que propone que habitamos. No solo juzgan nuestros actos, también somos juzgados si no somos capaces de conformarnos con la sociedad, sus convenciones y sus expectativas.

De ahí que exhiba durante la vida de Meursault la idea de que la vida carece de sentido inherente. Pretender encontrarle un propósito es un saludo al fracaso. ¿El absurdo es el protagonista del libro o el mundo que nos rodea? ¿Puede ser, acaso, su indiferencia una resistencia pasiva contra el resto?

¿Imponemos una ética, un supuesto orden, para tratar de disimular que realmente todo es caos? Justo al final, nuestro antihéroe, que huye de consuelos falsos y de enfrentar la realidad con ilusiones, encuentra algo de libertad en el reconocimiento del absurdo y de la autenticidad.

La vida nos pone eventualmente ante puntos muertos en los que con las preguntas adecuadas podemos salir de nosotros mismos y ver el contexto desde fuera. Y son realmente extraños sin los vínculos que entendemos como adecuados.

Tengo varios de esos paréntesis así en mi biografía. El libro me transportó también al velatorio de mi madre. Recuerdo perfectamente el momento en el que mi amigo Dani se acercó, junto a mis amigos del colegio de toda la vida, a darme el pésame. Abracé y les agradecí a todos que me acompañaran en un momento tan duro. Pero cuando apoyé mi cabeza en el hombro de Dani de repente fui consciente del absurdo de las frases convencionales que repetimos unos y otros. Se despertó mi olfato y olí la colonia de mi amigo, la única que recuerdo, y durante un rato, mientras todos me hablaban —o lo hacían entre ellos— no escuché absolutamente nada, mi mente divagó sobre lo agradable de la fragancia. El abrazo con él fue más largo que los que les di al resto. ¿El motivo? Algo tan absurdo como un olor, en un momento tan importante como aquel, dejé de comportarme y de pensar como se podría esperar. Cuando volví a estar presente al 100%, al volver del trance, le dije un “gracias” que seguro que él ya no recuerda, pero llevaba horas sin hablar. Tratar de encontrarle sentido ni es importante ni es posible. Quizá le damos demasiada relevancia a nuestros actos en general.

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Soy Álvaro

El 5 de julio de 1954, mi abuelo inauguraba el ‘Liceo Coll’ en Quart de Poblet. El título de esta web pretende homenajearlo.
Después de muchos años enfocándome principalmente en el deporte olímpico, quiero volver a escribir sobre todo aquello que se me pasa por la cabeza: noticias, cine, literatura, deporte, videojuegos…