Onanismo muy bien disimulado.
Michael Jordan un día fue un novato. Muchos intuyeron lo que podría llegar a ser si se cumplían todos los requisitos, que nunca son fáciles: ni tenerlos ni hacerlos cumplir. ¿Cuántas promesas se quedan por el camino?
Air es un film imprescindible para amantes del cine deportivo, más aún si han sido fans del 23 de los Chicago Bulls. Una historia sencilla que muestra la alegría ochentera con unos encuadres muy cuidados que centran el relato en la moda y la cultura de entonces. Cuando ingenuamente todo parecía posible, hasta la felicidad.
Todo para mostrar la creación de las icónicas zapatillas Air Jordan, incluida su interesantísima preproducción, que fue clave en la historia del deporte y de los negocios, pues revolucionó la industria al apostarlo todo (cuestión de vida o muerte para Nike, que estaba diluyéndose ante la competencia) por una única jugada: aquel chaval criado en Carolina del Norte.
La inteligente visión y estrategia de marketing y la perseverancia en la negociación tienen todo el peso de la trama y el guion no defrauda, pero viéndola otra vez (es de 2023) me planteé otra cuestión: la comodificación. Cuando convertimos algo que originalmente no tiene un valor económico en un producto de consumo que adquiere un precio y se inserta en el mercado.
El propio Jordan no aparece del todo en la cinta en ningún momento, en el primer visionado se lo atribuí a que pretendían elevarlo aún más, hacerlo trascender con su mística, pero una ulterior intención es la de aumentarle aún más el valor capitalista que le otorgan.
Sabemos que Lebron James o James Harden son mucho más lucrativos como personajes también gracias a cómo han influido—incluso con memes— en nuestra cultura, y la película se une al ritual onanista de la danza del capital para celebrar y encumbrar el éxito empresarial alejándose de los vínculos personales del deportista y de los entresijos de su carrera.
Una ocasión perdida para analizar hasta dónde podría o debería llegar esto, hasta dónde hemos llegado mercantilizando deportistas y cómo se pueden llegar a sentir los protagonistas de utilizados por entidades de este calibre.

Estamos cansados de escuchar aquello de “tanto produces tanto vales”, la excusa perfecta para justificar sueldos de futbolistas frente a los de cualquier otro deportista o trabajador. Cuando ni es cierto que lo generen (hay una ilusión creada al respecto y una venta de deudas relacionada a ella) ni las personas somos —ni mucho menos valemos— lo que producimos. Confundir términos y fusionarlos en el imaginario colectivo no es azaroso.








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