El cansino mito del emprendedor en un garaje

La cultura de tu esfuerzo de coaches y gurús

Exploté. Claro. El otro día me asaltó uno de esos soplagaitas sin previo aviso. Me lo tuve merecido por volver a la televisión en línea mientras hacía tiempo. Estaba en su hábitat, rodeado de otros tertulianos y gurús de la economía. Utilizaba toda una retahíla de falacias, aquellas que estudiábamos en filosofía y empezaban por ad, parecía un entrenador Pokémon, quería hacerse con todas. Empezó por las clásicas ad hominem y ad nauseam, pero perdí la cuenta muy pronto. Me enervé y apagué, ni siquiera probé con el zapping.

Al día siguiente, por razones que no vienen al caso, mi humor no era mejor. Le di al botón rojo y ahí estaba otra vez, toda esa caterva de charlatanes, demagogos y eunucos intelectuales seguían por donde los había dejado. La palabra clave fue “emprendedores”. Encendió mi mecha. Como se dice ahora (desde hace ya bastante), si alguien usa esa palabra, cuidado, suele ser una red flag de manual.

Usando como referentes a Jordi Cruz (el cocinero) o a José Elías Navarro y repitiendo como loros conceptos aprendidos de memoria como “valor diferencial”. En bucle. Les encanta el mito del emprendedor en un garaje. Hablan de Walt Disney dibujando en la cochera de su tío en 1923, de Zuckerberg, de los inicios de Google y de Amazon…

El contexto del relato, lo más importante, siempre se lo saltan. Olvidan que Bill Gates contaba con acceso privilegiado en una de las pocas universidades conectadas a Internet, que los fundadores de Google estaban haciendo un doctorado en Stanford y ya tenían el algoritmo cuando fueron al garaje. Familias que pueden ayudar, contactos personales, años previos de preparación… no basta con querer. Y estos populistas lo simplifican a propósito por ideología, por interés o por ignorancia. Cuando no por las tres. No basta ni con trabajo duro, pasión y suerte. Aunque pueda ayudar, por supuesto. El cuento de la cultura del esfuerzo rompe más que ilusiones, hace añicos incluso vidas. Y lo hace porque pone el foco donde no toca y crea falsos culpables. El esfuerzo no es negociable, pero sin ascensor social no hay fábula que valga.

Narran desde el sesgo del superviviente y explican la fachada del triunfo, pero se ahorran la parte fea, la que no vende, la que realmente ha cimentado que fuera posible el éxito. Porque hay miles de personas con garaje que con más talento y esfuerzo se han quedado a mitad camino.

¿Por qué exploté? Porque luego se atreven a criticar a los estudiantes sin pisar un aula, a llamarlos frustrados y etiquetarlos como generación de cristal. Cuando, de existir, es precisamente la de los mayores que no toleran que los jóvenes prefieran otro modo de ver las cosas (cuando pueden elegir) o que quieran explorar posibilidades que ellos no han tenido.

Con un producto ya colocado arriba es fácil decirle a otro que empiece, que “si es bueno, el mercado llegará solo”. Ese concepto romantizado del mercado como amigo invisible del buen currante. Y resultaba que más amigo era el colchón lleno de billetes o la casa de la que vivir de rentas mientras tanto.

El sesgo del superviviente es el nombre de esta falacia, consiste en concentrarse en las personas o cosas que superaron un proceso pasando por alto a los que no lo hicieron, normalmente por falta de visibilidad.

Esto puede llevar conclusiones falsas de muy diferentes formas. Es una forma de sesgo de selección. Puede concluir en creencias demasiado optimistas porque se ignoran los fracasos, como cuando se encumbra a grandes personalidades que abandonaron la universidad o cuando se excluyen de los análisis del rendimiento financiero empresas que ya no existen.

Cada día está más extendido también en Redes Sociales y es muy peligroso:

Fomenta la complacencia: si solo nos enfocamos en los éxitos, podemos subestimar los riesgos o la dificultad real de una tarea. Pesadilla en la cocina vive de una gran cantidad de decisiones arriesgadas sin la debida precaución.

Crea mitos y falsas narrativas. Este sesgo es la base de muchas «historias de éxito» que se utilizan para vender libros de autoayuda o cursos, sí, esos malditos cursos de coaches. Aquello de pensar en positivo o seguir los pasos de alguien (convirtiendo a podcasters y streamers en ídolos absurdos que acaban siendo generadores de opinión)…

Y lleva a la injusticia social. En la meritocracia, el sesgo del superviviente es particularmente dañino. Se puede culpar a los pobres por no haber «trabajado lo suficiente» para salir de la pobreza, sin tener en cuenta las barreras sistémicas, la falta de oportunidades o las fallas del sistema que impidieron su progreso. Esto alimenta la falta de empatía y lleva a la deslegitimación de los problemas sociales. Lo estamos viviendo.

Por eso, una y otra vez, cuando alguien me habla del éxito o del fracaso de un deportista o de un libro le digo lo mismo: ¿qué cojones es el éxito? Algunos siguen sin entenderme, otros sé que no quieren. Incluso cuando hablamos de ocio sigue siendo la carrera de otros y no quiero verme juzgándola. Ya cuesta bastante evaluar en la etapa académica con tips supuestamente objetivos, como para hacerlo extensible a todo.

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Soy Álvaro

El 5 de julio de 1954, mi abuelo inauguraba el ‘Liceo Coll’ en Quart de Poblet. El título de esta web pretende homenajearlo.
Después de muchos años enfocándome principalmente en el deporte olímpico, quiero volver a escribir sobre todo aquello que se me pasa por la cabeza: noticias, cine, literatura, deporte, videojuegos…