Un retrato de belleza, pasión y podredumbre moral.
La novela corta de Carles Ricart Dols se alza como un retrato incisivo y emotivo de una ciudad en la encrucijada. El thriller político es el vehículo con el que explora la corrupción, la desilusión generacional y la pasión incondicional por el fútbol que ha caracterizado a Valencia los últimos treinta años. Más allá de la investigación criminal, el autor consigue tejer un tapiz narrativo que rinde homenaje a Valencia, a la vez que la somete a una crítica implacable por su pasado de escándalos.
El telón de fondo de la corrupción política y económica, con los casos reales de sobra conocidos, se presenta no solo como un elemento argumental, sino como un personaje más. La ciudad del Turia es descrita con una dualidad palpable: por un lado, se evoca su belleza y sus rincones más emblemáticos; por otro, se muestra la podredumbre moral que ha anidado bajo su superficie festiva. Este contraste entre la alegría del postureo desmedido y la cruda realidad de los entresijos del poder es el motor ideológico de la obra y se convierte en una metáfora de la desconfianza social.
Estructuralmente, la novela combina con eficacia la intriga propia del género negro con dos hilos conductores que, aunque parezcan dispares, se complementan con solvencia. El primero es la investigación amateur de la trama de corrupción, marcada por el fatalismo y la violencia, que arrastra a los jóvenes protagonistas a un mundo de bajos fondos y peligros. El segundo, y quizá el que le otorga mayor valor añadido al libro por ser especialmente singular, es la constante declaración de amor al Valencia C.F. y al estadio de Mestalla.
Este último elemento no es un simple capricho del autor, sino un contrapunto emocional muy bien logrado. La pasión por el equipo de fútbol, transmitida de generación en generación a través de la simbólica bufanda familiar, funciona como un refugio de la pureza y la lealtad en un entorno contaminado por la traición y el cinismo político. La fidelidad inquebrantable a un club, incluso en momentos de crisis deportiva e institucional, refleja un sentimiento de pertenencia y resistencia que los protagonistas no encuentran en la esfera política ni social. La decadencia del club se espeja con la decadencia moral de la ciudad.
El estilo de Ricart se caracteriza por el uso de capítulos cortos, de lectura intensa, que imprimen un ritmo ágil y dinámico al relato. Esto, sumado a una prosa que se apoya en el diálogo y en la descripción vívida de los escenarios valencianos, facilita una inmersión rápida en la atmósfera oscura y a veces melancólica de la historia. Aunque el foco narrativo parece centrarse en el misterio, el autor no descuida la dimensión emocional de los personajes, especialmente en su relación con la ciudad y el club.
En resumen, Valencia no era una fiesta no es un thriller convencional si es lo que estás buscando. No tiene ningún giro de trama bajo la manga con el que sorprenderte. Ofrece un ejercicio de memoria y crítica social. Es un libro que, a través de la ficción, invita a la reflexión sobre el pasado reciente y el precio de la corrupción, al mismo tiempo que celebra las pasiones sencillas y puras —como la amistad, el amor y el fútbol— que sirven de ancla en tiempos de desorientación. Es una obra imprescindible para quienes deseen comprender las cicatrices emocionales de la Valencia (y el Valencia) contemporánea, narradas sin artificios, con honestidad, ritmo y un profundo arraigo local. Es literatura de club, algo que no muchos tienen y que enriquece más la cultura de una institución necesaria y centenaria. La novela ejemplifica cómo de conectado está el club ché con sus ciudadanos y la historia de sus calles.








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