Expedition 33: cuando el arte decide jugar

Quizá el problema nunca fue el público

En la última gala de los Game Awards, Expedition 33 no pasó precisamente de puntillas. Los nueve premios colocaron al título europeo en un lugar que, hasta hace poco, parecía reservado a producciones mucho más previsibles. No fue solo una noche de estatuillas: fue la confirmación de que algo distinto había sucedido.

Y lo distinto, en este caso, importa.

Desde sus primeros compases, la banda sonora de Expedition 33 deja claro que no está ahí para rellenar silencios. La música no acompaña, respira con el juego. Cada tema parece escrito para emociones específicas: la duda, la pérdida, la determinación, el asombro.

Lejos de convertirse en un fondo funcional, la BSO actúa como un hilo invisible que une exploración, combate y narrativa. Hay melodías que se quedan suspendidas incluso después de apagar la consola, no por grandilocuentes, sino por honestas. Es música que entiende el tempo del rol por turnos y lo dignifica, que sabe cuándo empujar y cuándo retirarse para dejar hablar al entorno.

Uno de los grandes logros de Expedition 33 es algo que no siempre se puede explicar con palabras: cómo se siente jugarlo. El game feel es preciso, destila artesanía. Los combates transmiten impacto, las animaciones refuerzan la intención del jugador y el feedback visual y sonoro convierte cada turno en una pequeña coreografía. No hay movimientos gratuitos: todo está al servicio de la claridad y de la sensación de control.

Ese cuidado se extiende al concept art. Los escenarios, los personajes y las criaturas están diseñados desde una sensibilidad pictórica muy marcada, con una identidad visual que bebe de la ilustración europea y del simbolismo, alejándose deliberadamente de cánones más industriales. El resultado es un mundo que no busca agradar a todos, sino ser coherente consigo mismo.

Explorar, combatir, mejorar, avanzar. El núcleo jugable de Expedition 33 no reinventa la rueda, pero la hace girar con una elegancia poco común. El core loop está afinado hasta el detalle: siempre hay un incentivo claro para continuar, pero nunca se fuerza el ritmo.

El diseño confía en la curiosidad del jugador. No abruma con sistemas innecesarios ni infantiliza las decisiones. Cada mejora se siente merecida, cada progreso tiene sentido dentro del conjunto. Es un ejemplo de cómo el diseño clásico puede resultar moderno cuando se ejecuta con convicción y respeto por el tiempo del jugador.

Durante años, el rol por turnos ha sido acusado de lento, obsoleto o poco estimulante. Expedition 33 responde sin discursos: responde con diseño.

El sistema de combate es dinámico, expresivo y sorprendentemente divertido gracias al constante feedback que ofrece. Cada turno importa porque cada acción comunica algo: daño, riesgo, oportunidad. No se trata solo de números, sino de ritmo, de lectura del enemigo, de anticipación. La experiencia de juego es sobresaliente precisamente porque logra algo difícil: que pensar y sentir ocurran al mismo tiempo. El combate no interrumpe la aventura: la intensifica.

Expedition 33 no solo ha ganado premios: ha recordado al mundo del videojuego que el riesgo creativo, el amor por el arte y el rol por turnos aún pueden marcar el futuro de toda una industria.

Existe una idea rígida de lo que debe ser un juego indie: pequeño, barato, minimalista. Expedition 33 desafía esa imagen sin traicionar el espíritu que define lo independiente.

Es indie porque nace de una visión creativa clara, no subordinada a una franquicia ni a una fórmula de mercado. Porque no perdió su control creativo. Es indie porque arriesga en tono, cadencia y estética. Porque prioriza identidad antes que volumen. Porque demuestra que independencia no es sinónimo de precariedad, sino de libertad. La etiqueta “indie” no es un tamaño; es una intención. Y mi punto es que Expedition 33 la cumple en sus ideas fundamentales.

Sin entrar en sinopsis ni detalles argumentales, basta decir que el guion de Expedition 33 destaca por su madurez. No subraya emociones ni explica de más. Confía en el jugador, en su capacidad de leer entre líneas, de conectar gestos, pausas y palabras medidas.

Las interpretaciones elevan el texto, dotando a los personajes de una humanidad palpable. Cada voz, cada omisión, cada inflexión transmite el cariño con el que se ha construido este mundo. Hay giros narrativos potentes, sí, pero detrás siempre hay una búsqueda de sentido. Todo el juego supura amor por el arte de contar historias.

La importancia de Expedition 33 va más allá de su calidad individual. Su éxito demuestra que el rol por turnos no solo sigue vivo (ya lo vimos con el Baldur’s Gate 3), sino que puede ser relevante, emocionante y premiado en pleno presente.

Para el panorama europeo, el juego supone una declaración de intenciones: es posible crear RPGs ambiciosos, autorales y competitivos sin renunciar a una identidad propia. Para la industria en general, es una prueba de que el riesgo creativo puede encontrar reconocimiento crítico y comercial.

A nivel empresarial y de futuro, Expedition 33 marca un precedente. Enseña que apostar por visión, coherencia y respeto al jugador no es una quimera. Que hay espacio para propuestas que no persiguen tendencias, sino que construyen caminos.

Es un juego trascendente porque amplía lo posible. Porque recuerda que el videojuego, cuando se permite ser arte y sistema a la vez, todavía puede sorprender. Y porque, a veces, avanzar no consiste en correr hacia adelante, sino en detenerse, mirar atrás, y decidir hacer las cosas bien.

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Soy Álvaro

El 5 de julio de 1954, mi abuelo inauguraba el ‘Liceo Coll’ en Quart de Poblet. El título de esta web pretende homenajearlo.
Después de muchos años enfocándome principalmente en el deporte olímpico, quiero volver a escribir sobre todo aquello que se me pasa por la cabeza: noticias, cine, literatura, deporte, videojuegos…