Manual práctico para no desaparecer del todo
A las siete en punto, Julián despertó con un aviso flotando sobre el techo de su dormitorio: Tu visibilidad hoy es baja. No era una sorpresa. La noche anterior había hablado demasiado con la vecina del cuarto, una conversación larga, sin palabras clave de alto impacto y sin una sola opinión polarizante. El sistema penalizaba esas cosas.
Se levantó y salió a la calle con cuidado. Sabía que, con sus cifras, existía la posibilidad de que nadie le devolviera el saludo. Y así fue. El panadero pasó junto a él sin mirarlo; dos compañeros de trabajo atravesaron su cuerpo como si fuera aire comprimido. Julián existía, pero no aparecía en el feed de nadie.
En la oficina, el jefe anunció ascensos. No se basaban en méritos, experiencia ni horas extra, sino en engagement emocional. El nuevo responsable de equipo era Marcos, que llevaba meses repitiendo la misma broma ofensiva en bucle. Nadie la encontraba graciosa, pero generaba reacciones, y eso bastaba. Julián aplaudió tarde: el sistema detectó falta de entusiasmo.
A mediodía, intentó expresar una duda razonable en la cafetería. No alzó la voz ni usó superlativos. Error. Su comentario fue etiquetado como “contenido tibio” y automáticamente relegado al fondo de la sala. Durante treinta minutos, nadie ocupó la silla a su lado. Un cartel luminoso lo resumía todo: Lo que no provoca, no existe.
Por la tarde ocurrió el azar. Una anciana tropezó en la acera justo delante de él. Julián la ayudó a levantarse. Durante diez segundos, fue grabado por una cámara pública. El gesto se volvió viral. Su marcador subió en tiempo real. Desconocidos lo felicitaron con abrazos repentinos; alguien le pidió opinión sobre un tema que desconocía. Julián habló, nervioso, improvisando frases huecas. Funcionó. El sistema adoraba la seguridad injustificada.
Esa noche, su visibilidad era máxima. Podía decir cualquier cosa. Lo supo cuando, sin pensar, afirmó que el cielo siempre había sido verde. Nadie lo contradijo. Al contrario, comenzaron a discutir apasionadamente entre ellos, citándolo. Julián entendió entonces la regla no escrita: la verdad no importaba; importaba circular.
Antes de dormir, recibió la notificación definitiva:
Tu visibilidad es excelente. Continúa así.
Julián sonrió por inercia, aunque estaba solo. Pensó en decir algo humano, torpe, innecesario. Algo que no sirviera para nada. El sistema, siempre atento, le sugirió varias frases alternativas, todas más rentables. Eligió una al azar y la publicó sin leerla.
Funcionó.
Las reacciones llegaron de inmediato, rápidas y ruidosas, como aplausos en una habitación vacía. Nadie parecía entender el mensaje, pero todos tenían una opinión. Julián tampoco la tenía ya. No hacía falta.
Cuando apagó la luz, el techo volvió a iluminarse por última vez:
Recuerda: mañana no serás quien fuiste hoy.
No era una amenaza. Era una promesa.
Julián cerró los ojos. En algún lugar, el algoritmo decidió que seguiría existiendo. Por ahora.







Deja un comentario